Obedeciendo a mí médico, mi día
había comenzado temprano. Mi rutina diaria (vivo en Mataro, una ciudad que
hay muy cerca de Barcelona), es salir temprano para que no hubiera tanta gente,
llegar hasta Monjuic, dar una vuelta por esa zona, bajar hacia Plaza España, y
regresar a mi hogar. Debía enfrentar mis temores a esa enfermedad que dos meses
atrás me habían diagnosticado, Agorafobia.
Si, cuando me lo nombraron a mí
también se me quedo la cara igual que ustedes, de circunstancias. Y mi pregunta
fue, ¿pero qué demonios es eso?.
Bueno, pues resulta que las personas que
padecemos eso le tememos a la amplitud, a los espacios abiertos.
Aún no habían encontrado el
motivo de por qué sufrí estos ataques de pánico a los espacios abiertos, así,
sin más, de un día para otro me fui encerrando en mi casa, y pensé, «es un
chollo vivir en esta época de Internet y telefonía, sin salir de casa puedes
vivir perfectamente y hasta me gano la vida»
Ese pensamiento fue mi gran
error, esa falsa seguridad hizo que un día que mi sobrino me necesito, no pude
ayudarle y a consecuencia de ello perdí todo contacto con mi familia.
Este hecho ocasiono que cogiera
las riendas de mi vida y me fuera al médico. Pero hubo un día que mi cuerpo
reacciono mal y mientras realizaba mi rutina estando en Plaza España comenzaron
los sudores fríos, la taquicardia, temblores, presión en el pecho.
Debía llegar
a algún lugar, quería encerrarme en casa, las piernas comenzaron a fallar pero
tuve tiempo de meterme en la boca del metro. Bajo tierra siempre me sentía
mejor.
Mi cerebro comenzó a reaccionar más tranquilo y pensé en cómo llegar a
casa sin tener que salir a la superficie. Tengo suerte de vivir cerca de esta
gran ciudad por que la comunicación de transportes entre ciudades es muy buena.
Total pique con mi T10, ya mi cuerpo comenzó a entrar en calma. Hice transbordo y
cogí la siguiente linea, llegue a mi penúltima parada, y ahí empezó un pequeño
problema, ¿cómo llegar al paseo marítimo que es donde vivo?.
Desde la salida del metro a mi
casa son dos calles y ahí estaba, al filo de la escalera, tratando de pensar
cómo llegar hasta mi hogar sin desmayarme. Trate de superarlo pero no lo
conseguía, cuando subía un par de escaleras me volvía a bajar. Así estuve un
rato hasta que tuve la fortuna de que llegaron un par de hombres. Un trabajador
de metro y el otro era el de seguridad.
Le conté mi problema y el chico de
metro sin mediar palabra me dijo que me esperara que es posible que pudiera
encontrar solución. No sé cómo, le decía casi gritándole viéndolo mientras él
se iba. Regreso pronto y con una caja en las manos.
-Tenga -me ofrecía la caja.
-¿Para
qué quiero esto? -le pregunte medio cogiéndole la caja de sus manos.
-Para
que regrese a su casa, sé que es algo raro, pero… ¿y si le funciona?
-¿Funcionar?
-Si,
usted póngase la caja en la cabeza, será como engañar a su cerebro, se sentirá
seguro porque está en cerrado pero sin estarlo
Tanto el hombre de seguridad y yo
misma nos echamos a reír, no sabía que pensar de toda esa situación. El mismo
chico al final saco una sonrisa también.
-Escuche,
no tiene nada que perder, y si mucho que ganar
Ese trabajador tenía
razón, debía intentarlo. Me puse la caja y aunque no se lo crean llegue a casa
mejor de lo esperado, con mucho ridículo, con mucha vergüenza, pero sin ningún
temor a los espacios abiertos.
Me río al pensar que pude lograr eso y que cada
día sigo luchando por salir de esto.
Espero que os haya gustado. ¡Un abrazo enorme!
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