Una vez más, miraba a mi madre
desde la puerta mientras ella sentada en su mecedora observaba fotografías de
su caja de metal. Su cara al coger una nueva fotografía entristeció y me
imagine que estaba observando la fotografía de siempre, la de mi hermana que
nunca llegue a conocer.
Cuando mi madre tenía 17 años
tuvo a su primera hija, que dio en adopción porque era la opción más sensata para
ambas. El padre fue tan solo un amor fugaz de un verano loco que pasó de
vacaciones con sus padres en un lugar paradisíaco. Desapareció mucho antes de
que ella se diera cuenta de su estado y pudiera contárselo, así que tomo la
difícil situación de darla en adopción a una familia bien situada y este hecho
siempre reconfortó a mi progenitora.
Seis años después de esta
experiencia, conoció a mi padre y aunque, en principio, le ocultó este hecho, finalmente
antes de casarse se lo confesó, pues no quería tener ningún secreto con él. En
contra de todo pronóstico pues no dejaba de ser un hombre perteneciente a una
época esencialmente machista, entendió que no se lo hubiera dicho, también entendió
que optara por dar a su hija en adopción. Pero, más allá de la comprensión que
mi padre mostró hacia esta circunstancia, descubrir que su mujer había tenido
una hija de soltera no fue un obstáculo para él. De manera que no sólo se
casaron, sino que vieron cumplido su sueño de formar una familia. Me consta que
mis padres se quisieron con la misma intensidad los dos desde el principio hasta
que la muerte de mi progenitor en el día de hoy los separó.
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