
Llevaba conmigo 10
años, desde que era una hermosa y desgarbada cachorrita. La había encontrado
bajo una rueda de camión mientras viajaba por las carreteras de Alemania.
Ese
viaje que me devolvió las ganas de vivir por la muerte del que fuera mi esposo.
Tanto que yo había criticado que la gente abandonaran a sus animales y ahora yo lo estaba haciendo y con ese acto estaba condenándome al infierno.
En otro viaje
encontré al que hoy es mi nueva pareja pero no lograba llevarse bien con Nora,
y no por ella, si no por el perrito de él que tenía problemas con otros perros.
Así que tomamos la decisión de que yo debía dejar a Nora en algún lugar de
acogida, según él, el problema era de mi perra.
Me convenció y accedí.
Nora me seguía
observando quieta sin moverse mientras yo seguía acelerando y por mi cabeza
comenzaron a pasar las imágenes de nuestra vida juntas.
Me sentía rastrera,
comencé a llorar y detuve el coche, no estaba bien y nada más merecía la pena
que estar junto al animal que más alegrías, disgustos y cosas que habíamos
pasado juntas.
—Coco —le llame para notificarle mi decisión.
—Dime
—¿Estas en casa?
—Si, acabo de llegar de la calle, Blis quería salir un rato y ya te estamos
esperando, ¿ya has dejado a Nora en la perrera?
—Cambio de planes, saca la maleta del armario, llénala con tus cosas y márchate
de mi casa. Las dos volvemos a nuestro hogar.
A
mi lado ya estaba mi perrita dándome muestras de amor como todos los días había
hecho y yo no pude evitar abrazarla y pegarla a mi pecho para pedirle perdón
por lo mal que estuve a punto de hacerle.
FIN
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